No sé en qué momento pasó de ser una palabra admirada a una palabra odiada.
Yo provengo de la cultura del esfuerzo, desde pequeña me enseñaron la importancia de que los resultados son consecuencia de lo trabajado, y yo me esforzaba feliz.
Es cierto, que como todo en la vida, los extremos son odiosos y a veces se puede llegar a una obsesión por el “hacer” más que concentrarnos en el “conseguir”; en el mundo laboral se empezó a confundir el significado de esta palabra, pasando a generar ese sentimiento negativo asociado al esfuerzo.
Por otro lado, los “trabajos” también han cambiado y, cada día más, son menos “duros físicamente” por lo que la palabra esfuerzo ya no tiene tanta carga de “sufrimiento” y es más un sentimiento de cansancio por la apatía de no saber para qué .
Yo sigo creyendo en la cultura del esfuerzo, entendiendo que trabajar no es “sufrir” ni es “hacer por hacer”, y por tanto esforzarse es dar un plus de dedicación, un plus de pasión en lo que se hace, un plus de tu tiempo a hacer lo que te gusta y ese plus, es el que te lleva al logro.
Sigo pensando que uno “recoge lo que siembra”, con esfuerzo.