2 mayo, 2017 Isabel_MG

Yo, en 100 palabras

Yo, en 100 palabras es el resultado de la puesta en marcha de un nuevo hábito que me propuse tras unos meses de estar viviendo en Valencia, lejos de mi familia de lunes a viernes, en esa época que necesité repensar mis rutinas, reorganizar mi tiempo y plantearme nuevos retos.

Mi rutina de siempre por la mañana era despertar a mis hijos, preparar desayunos, acercar a alguno a su destino y salir corriendo para el trabajo. Esa rutina la añoraba, así que decidí comenzar el día de otra forma, aprovechar la oportunidad para probar otras opciones.

Vivo a 5 minutos del trabajo, sólo tengo que cruzar una avenida, pero muy al contrario de lo que se podía esperar de mi tendencia a aprovechar un minuto más de cama, decidí no retrasar, sino adelantar el despertador. Sí, el primer hábito era contar con más tiempo para mí, antes de ir a trabajar. Decidí que tenía muchas cosas que hacer para mí, y conociendo mi obsesión con el trabajo, sabía que no saldría del trabajo muchos días a una hora razonable. Me apasiona tanto lo que hago, que se me pasan las horas en la oficina sin darme cuenta, así que tenía que encontrar ese tiempo antes de iniciar el día.

Hacer ejercicio físico, ducharme, desayunar con música (decidí no poner las noticias para condicionar mi estado de ánimo), vestirme y sentarme frente al balcón de mi piso 12 sobre una gran avenida, con una gran horizonte para leer, pensar y organizar mi cabeza, aprender de todo lo que he vivido, planear todo lo que quiero vivir.

Cada día leía un capítulo del libro de Robin Sharma, “Éxito, una guía extraordinaria”, y a partir de lo leído reflexionaba, desaprendía, y volvía a aprender desde un nuevo enfoque,…..Un día tras la lectura de uno de esos capítulos, me di cuenta que lo que me despertaba la mente era, de todo lo leído una “palabra”, esa palabra que se identificaba conmigo, muchas veces para mí tenía el mismo significado que para el autor, pero otras muchas no.

Comprendí que lo que más me gustaba de ese libro es que usaba palabras que para mí son importantes, palabras que me definen, palabras que me hacen soñar, palabras que me hacían comenzar cada mañana con un plan ilusionante. … Y así fue como empezó todo.

Incorporé una nueva rutina a mi plan de la mañana, tras leer mi libro favorito, dejaba relajada mi mente y escribía sobre la primera palabra que ese día me hiciera brotar alguna emoción.

Había muchos días que no brotaba ninguna, se trataba de no forzarlo, de no llevar un guión preestablecido, sólo dejarme fluir esos minutos.

Cogía mi blog de hojas blancas, de tamaño cuartilla, y si brotaba una emoción asociada a una palabra la escribía con mayúsculas, y a partir de ahí escribía lo que iba sintiendo sin levantar el bolígrafo hasta el final de la hoja. El límite era el final de hoja, pero de alguna manera, nunca me faltaba papel, iba justo para el desarrollo de la idea.

Tras las primeras palabras, se me ocurrió ir numerándolas, no sé por qué consideré que en este proceso improvisado necesitaba un “orden”. Otra norma que me impuse fue “no releer” lo escrito. Está claro que no me podía acordar de todas la palabras que ya había escrito, pero no importaba, si se repetía alguna podría comprobar si la misma palabra en días diferentes me evocaba emociones diferentes, no lo sabría hasta el final.

Reconozco que el no saber que había escrito, era algo que me encantaba en este “juego” que yo misma me inventé, en el que yo misma me puse las normas, y del cual aún no sabía en  consistiría el “ganar”.

Me di cuenta que finalizaba las palabras con una carita sonriente y dos corazones. No sé por qué tomé esa costumbre, pero lo cierto es que el día que conseguía escribir una palabra comenzaba el día con una sonrisa, y mi corazón estaba propenso a emociones positivas.

Así comenzó el proceso, y lo disfruté mucho, siempre viajaba con mi libreta porque no sabía cuándo me brotaría la siguiente palabra, por lo que cada mañana mantenía mi rutina (salvo cuando podía recuperar “mis mañanas en familia”), supongo que fue mi regalo de compensación.

Cuando llegué a la palabra 100, decidí que ese era el número redondo de palabras que se suelen asociar a un idioma para poder conocerlo mínimamente; así que me hizo pensar que esas serían las 100 palabras con las que cualquier persona que quisiera conocerme podía leer, “mis 100 significados” y a partir de ahí, entender mi mensaje, mis ideas, mis sueños.

Tengo que reconocer, que si todo este proceso, que me llevó casi 2 años, fue bonito, ilusionante, emocionante,…la siguiente fase de este juego también ha sido entrañable.

Era el momento de pasar cada texto al ordenador, aún no sabía qué iba a hacer con ellas, pero con la mala caligrafía que tengo, era importante hacerlo pronto o no podría transcribirlas.

Ahora sí iba a regalarme la oportunidad de ser la primera persona que leería “mis 100 palabras”, y a través de ellas reconocerme, recordar mis sentimientos y volver a sentir la emoción que en su día me inspiraron.

¡Qué sorpresa!, he repetido pocas palabras, y las que lo han hecho han repetido la emoción, aunque el sentimiento fuera descrito de manera diferente. Me ha llamado la atención el cómo se van entremezclando, cómo cuando leo en el texto alguna de las palabras que ya he leído, me doy cuenta que ahora sí “entiendo al 100%” el significado de lo que quiero decir. Sí, lo he conseguido, he conseguido aflorar la esencia de mi mensaje vital en unas pocas palabras.

De repente surge el proyecto de mi página web, y cómo si todo encajara, me doy cuenta que mis “100 palabras” son la mejor descripción de ese YO SOY que quiero compartir.

Ha sido una experiencia muy gratificante, creo que es un gran ejercicio de autoconocimiento, y creo que es otra forma de ser protagonista de tu vida. En lugar de decir “nadie me entiende” puedes hacer algo para facilitar que los demás te conozcan, no tanto por lo que dices, sino por lo que sientes.

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